La vid es un cultivo de alta resistencia, que se ha adaptado perfectamente al clima y al territorio mediterráneo, superando su aridez y calor. Pero las temperaturas excesivas y las lluvias torrenciales, producto del cambio climático acaban por afectarles.
En la actualidad, es evidente que estamos experimentando variaciones en el clima que afectan en diferentes sentidos. En la viticultura no debería de ser menos y, por tanto, podemos afirmar que existe una afectación del cambio climático en las viñas. Pero, ¿cómo influye en ellas? ¿Qué cambios estamos notando los profesionales de este sector en cuanto al terreno que trabajamos a diario? En la siguiente intentamos dar respuesta a estos interrogantes.
¿Qué es el cambio climático?
A veces se confunde con el calentamiento global. Son conceptos diferentes, pero que van agarrados de la mano, puesto que el calentamiento es la principal consecuencia del cambio climático.
Lo que comporta el término en cuestión es un aumento de la temperatura a escala global y, por tanto, expone a la flora y la fauna al peligro de su supervivencia. Los impactos más evidentes hoy en día del cambio climático son el deshielo de los polos, que aumentan el nivel del mar; y, contrariamente, efectos tan drásticos como las sequías.
La influencia en el mundo vitivinícola
Como que tratamos un territorio propio del medio natural, es normal que nos vemos afectados directamente por el cambio climático. Todo el mundo es consciente (o lo tendría que ser!) de las consecuencias más notables de este fenómeno, por lo tanto, quien trabajamos al campo lo vemos a diario.
Algunos de los principales efectos son los siguientes:
- Vendimia anticipada: según el tipo de suelo donde crecen las viñas, la vendimia puede verse anticipada. Este hecho se debe a la subida de las temperaturas del planeta.
- Sequías durante el año: los meses de lluvia (durante la primavera) se ven afectados por el cambio climático. Las sequías son más comunes y las lluvias escasas.
- Se acaba con los hongos: el frío y la humedad pueden acabar con algunos hongos que son buenos para el vino durante la maduración de la uva.
- Aparecen nuevas zonas vinícolas: las zonas con más altura ganan frente al resto de territorios vinícolas.
Variaciones a la forma de trabajar
La afectación del cambio climático en las viñas comporta para las bodegas un cambio en la forma de hacer el trabajo que se ha hecho siempre. Las maquinarias, cada vez más avanzadas, ayudan en ciertas funciones.
Cada año se evalúa cómo ha avanzado el crecimiento de la uva y el estado del suelo para tomar ciertas decisiones. Los que formamos parte de este sector trabajamos a diario para conseguir que el cambio climático afecte lo menos posible en nuestras viñas. ¿Qué seríamos sin ellas? ¿Y qué serían los vinos Grau? ¡Nada!
Nos tenemos que adaptar al futuro
Según los vaticinios de los expertos sobre cambio climático, las bodegas tendremos que adaptarnos a nuevas formas de trabajar. Entre otras acciones, las zonas vinícolas se tendrán que encontrar cada vez más en zonas con cierta altura respecto al nivel del mar.
Una cosa tenemos clara: nunca dejaremos de hacer el que más nos apasiona, ¡que son los vinos!
Vinos de altura escapando del calor
La viticultura viene marcada principalmente por una especie de planta, la vid (Vitis vinifera), pero la uva resultante puede ser de muchas variedades y clones, que a su vez se combinan con diferentes portainjertos. En cada país vitivinícola o región de acuerdo con su clima particular, se destaca por una determinada variedad. Algunas viñas no vivirán bien en algunas regiones y nos encontraremos ante uno de los principales efectos del cambio climático: que el aumento de temperaturas y las nuevas condiciones climáticas afecten la regionalidad de cada variedad. De hecho, esto no sólo pasaría en variedades con una regionalidad tan especial como es el caso de Malbec en Mendoza, sino que es un hecho generalizado: las zonas climáticas ideales de la mayoría de variedades son, en general, específicas y, por tanto, son más susceptibles que otros cultivos a los cambios que se dan en el clima a corto y largo plazo.
Precisamente, estudios científicos recientes indican que las zonas vinícolas más afectadas por el aumento de temperaturas en los últimos años son la península Ibérica, el sur de Francia, partes de Washington y California, donde ya se observan aumentos de temperatura de más de 2 ºC.
Vendimia en verano
El aumento de temperaturas que se está dando a nivel mundial todavía tiene otra consecuencia grave para los cultivos y es el cambio en el ritmo de la naturaleza, lo que científicamente se conoce por fenología. El calendario fenológico de la viña en el mundo se ha visto afectado por el calentamiento y los cambios son más importantes para las fechas de cosecha y de vendimia, porque están muy relacionados con la temporada de maduración de la uva y la calidad final del vino, como explicábamos anteriormente.
Generalizando, la vendimia en España, por ejemplo, se hace ahora unos 15 días antes de lo que se hacía hace 50 años, o la floración de la vid, que se produce 11 días antes. Estos cambios, según los modelos los escenarios de cambio climático y dependiendo de la variedad, se agravarán a lo largo del siglo XXI, respecto al periodo de referencia (1972- 2005). Las fechas de floración se podrían avanzar entre 3 y 6 semanas, mientras que las fechas de la vendimia, entre 2 y 2,5 meses. Además, las necesidades hídricas se podrían incrementar entre 2 y 3 veces. Esto, si no se aplican adaptaciones, que van desde el material vegetal hasta prácticas agronómicas, aplicación de tecnologías, técnicas enológicas, etc., en las que el sector vitivinícola y la búsqueda trabajan conjuntamente desde hace unos años.
En este sentido, si la viña madura el fruto o saca la hoja en momentos cada vez más tempranos, los agricultores deben estar preparados y tomar decisiones claves para evitar heladas o para mantener la calidad del fruto. Diversos estudios a lo largo del mundo, han intentado predecir en qué fase del calendario estará la viña durante los próximos meses o si se acercan eventos meteorológicos adversos (heladas, sequía, etc).
El agricultor introduce información de manera regular y puede prever, con las condiciones meteorológicas a medio plazo, cuáles serán las necesidades reales de la viña, con el fin de adelantarse y tomar mejores decisiones, tales como gestionar de forma más eficiente el riego , el aclareo de racimos, hacer podas selectivas de verano o organizar todo el sistema de cosecha para que esté listo para un día concreto.
Otro de los puntos clave de esta aplicación es que incorpora una técnica ajustada y afinada para precisamente, controlar y mitigar la afectación de plagas y enfermedades en viña debido a las condiciones meteorológicas más extremas, cada vez más comunes en los últimos años. Se trata del forzado, una técnica que provoca que se den dos ciclos de cultivo el mismo año, uno de inacabado, antes del forzado, y el verdadero, que da justo después. Esta práctica provoca un retraso en la maduración, que puede desplazarse hasta finales de otoño, cuando el régimen térmico es más favorable, lo que mejora la calidad del vino y previene enfermedades al cultivo.
La viña, una aliada ante el cambio climático
Si bien hemos visto todas las implicaciones que tiene el cambio climático sobre el cultivo de la vid, la manera de cultivarla que ha prevalecido hasta ahora no ha hecho más que empeorar la situación: las bodegas necesitan grandes cantidades de energía externa, como los combustibles fósiles para la maquinaria pesada y el transporte del vino, hacen un uso de fertilizantes y al mismo tiempo liberan CO2 y NO2 (gases de efecto invernadero) cada vez que se abre. Hay alternativas? Sí, gestionar un suelo de viña en un escenario de cambio climático significa, forzosamente, mejorar su capacidad de retener agua. Cuanto más materia orgánica tenga un suelo, será más esponjoso, más estructurado, más vivo y más capaz de secuestrar carbono de la atmósfera. Estas características hacen que pueda retener más agua y, por lo tanto, cuanto más agua disponible, mejor funcionará el sistema suelo-cultivo-atmósfera.
Este alternativa puede convertir la viña en una aliada ante la emergencia climática y, junto con otras técnicas enfocadas a la calidad de la tierra de cultivo, tiene un nombre y un apellido: agricultura regenerativa. Se trata de un sistema de cultivo que se centra en el suelo y en cómo mantenerlo “vivo”, que se aplica tanto a los cultivos de vid como otros. Una de las medidas que giran entorno esta técnica es la de labrar menos agresivamente y así evitar que se erosione el suelo, no se libere tanto de CO2 ni minerales (que ayudan a la propia viña) y se perjudique menos la biodiversidad. De hecho, no labrar (o labrar poco) también reduce mucho el uso de maquinaria pesada y la quema de los combustibles fósiles. Lo mismo ocurre con el uso de fertilizantes: si pensamos en mantener el suelo activo no necesitaremos fertilizantes sintéticos, al contrario, utilizar biofertilizantes, reutilizar la biomasa que se extrae de la viña o añadir al suelo el remanente de la uva después de la vendimia pueden ser medidas que mejoren por sí mismas las cantidades de nutrientes y la fertilidad del suelo.
«Cuando seguimos los criterios europeos para la conservación del suelo, un viñedo tradicional entra en números críticos en cuanto a los nutrientes y microorganismos que viven. Lo que hacen muchas bodegas ante esta situación es utilizar aún más energía externa y fertilizantes para compensar la pérdida, pero a la larga se hace más daña el suelo y contribuyen a empeorar el cambio climático que tanto les está afectando. Es un pez que se muerde la cola. En cambio, cuando aplicamos los avances científicos que conlleva la agricultura regenerativa en una finca, los números hablan por sí solos, hemos comparado viñedos tradicionales con viñedos regenerativas y en un par de años el estado del suelo mejora visiblemente »,
Estas prácticas regenerativas y basadas en el cuidado del suelo y de su fertilidad también quedan recogidas en la guía de buenas prácticas agrarias para incrementar o mantener esta capacidad de sumidero. Unas buenas prácticas agrícolas pueden permitir no sólo un secuestro de carbono que contribuya a la mitigación del cambio climático, sino una mejora de la salud general del suelo, que a medio plazo llevará a una reducción de los productos que tenemos que aplicar, ya sean fertilizantes, productos fitosanitarios o agua. Sin embargo, los procesos de regeneración de los suelos y el secuestro de carbono de forma significativa son procesos lentos y en muchos casos, para ver diferencias más allá de la capa superficial se necesitan más de 5 años de buenas prácticas y para alcanzar un nuevo equilibrio productivo. El suelo es un escalón importante en la aplicación de la agroecología, pero no es el único, ya que hay que pensar en el material vegetal, la ubicación y el producto que se quiere obtener, por eso todo ello se traduce en unas prácticas agroecológicas, en una gestión holística del cultivo y su entorno.
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