Un estudio del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) que se publicó esta semana indica que hay 6.836 hectáreas de vid menos que en 2010. Sin embargo, sigue siendo por lejos la provincia con más superficie cultivada.
El Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) difundió esta semana su «Anuario de Superficie Cultivada». El documento refleja las tendencias nacionales y provinciales de la actividad y, entre otros datos interesantes, revela que en poco más de una década Mendoza perdió 6.836 hectáreas de vid.
«La superficie de vid de Mendoza registrada al 31 de diciembre de 2022 alcanza las 147.379 hectáreas distribuidas en 15.084 viñedos. Hay 1.616 hectáreas menos respecto al año anterior y 6.836 menos que en 2010″, subraya el texto.
De todos modos, entre las 19 provincias vitivinícolas, Mendoza sigue siendo la más potente, con el 71,2% del total de vides.
Los motivos tras la baja en las hectáreas vitivinícolas
El organismo presidido por Martín Hinojosa (PJ) aclaró que Mendoza no es la única jurisdicción con esa tendencia a la baja.
Respecto a 2010 -año en el que se realizó el último censo de viñedos-, ha disminuido la superficie en 3 de las 7 provincias más cultivadas: Mendoza, San Juan y Río Negro. No obstante, se incrementó en Salta, La Rioja, Catamarca y Neuquén.
La que más creció fue Salta (+42,7%), y la que perdió en proporción más áreas fue San Juan (-12,6%). De las otras 12 provincias vitivinícolas del país, todas aumentaron su superficie de vid respecto a 2010, excepto Córdoba (-7,4%).
Como se ve, la superficie cultivada de 2022 no es mucho mayor que la de hace 30 años, a pesar de los avances tecnológicos y económicos.
¿Cuáles son los motivos detrás de la merma? Circulan diferentes hipótesis. Una tiene que ver con el avance de los emprendimientos inmobiliarios. En departamentos de Mendoza como Maipú, ese fenómeno es probablemente el factor clave y, en efecto, allí se centra uno de los sectores con mayores pérdidas (-2.535 hectáreas).
Pero San Martín perdió más (-3.622 ha), en tanto que San Rafael (-1.833 ha) y Rivadavia (-1.556ha) también vienen sintiendo el proceso.
Y ahí aparecen otras hipótesis: las mencionó hace algunas semanas el enólogo Alejandro Vigil, durante una entrevista con el programa Conexión Agro, de Radio Nihuil.
«Hoy vemos zonas que están saliendo de producción porque ingresan cultivos con mayor rentabilidad. Entonces es probable que nos vayamos concentrando hacia zonas de calidad, que de todos modos están muy limitadas por la falta de agua«, advirtió el especialista.
Para explicar este «cuello de botella», Vigil puso como ejemplo el proceso que se viene dando en Gualtallary (Tupungato). «Allá pasamos en dos décadas de cultivar 200 hectáreas a las alrededor de 2.500 que hay actualmente -marcó-. Pero hasta allí no llegan los ríos principales de Mendoza, por lo que no podemos plantar mucho más«.
Y dejó una reflexión provocadora: «Sí, los proyectos inmobiliarios nos han corrido un poco de ciertas áreas, pero en la viticultura hoy el principal problema es que nos falta el agua«.
El enólogo Alejandro Vigil.
Concentración y viñedos más grandes
La investigación indica que en Mendoza -donde siguen creciendo fuerte los tintos- los viñedos están distribuidos en varios departamentos, como muestra este colorido gráfico:
El tamaño medio de viñedo del país es de 9,0 hectáreas. Mendoza está más o menos en esa línea, con un promedio de 9,8.
No obstante, si se analiza la serie a lo largo del tiempo, se verifica que en los noventa el tamaño promedio local era de 7,3 hectáreas. Un posible factor de cambio es que cierta lógica minifundista haya dejado paso a otra etapa, en la que las propiedades productivas tienden a concentrarse, ser más amplias y trabajar en otras escalas.
Esto trae algunos beneficios -una gran empresa puede afrontar las crisis con otra «espalda»- pero también riesgos: el final de las pequeñas fincas puede derivar en un éxodo de mano de obra especializada que, una vez perdida, cuesta muchísimo recuperar.
Las fincas requieren de mano de obra capacitada para mantener la identidad de sus vinos.
En esa dinámica, conservar saberes familiares y ancestrales -lo que algunos enólogos llaman «el modo de vida» del terroir– se convierte en un objetivo estratégico, y así lo han entendido potencias vitivinícolas como Francia o España, que tienen programas de defensa de la ruralidad y siguen muy de cerca sus variaciones poblacionales.
En esa dirección es posible, por ejemplo, que las empresas no necesariamente abarquen muchos viñedos, sino que se coordinen con proveedores locales eficientes que, al conservar sus raíces, no tengan que emigrar.
1 Comentario
Y las que va a perder!!!!!!