El vino argentino no solo debe enfrentar las tendencias del mercado mundial, sino que se encuentra con barreras arancelarias que restan competitividad. El consumo bajó un 11% interanual.
Como si fuera víctima de las estrategias de pinzas que usaba Napoleón en sus batallas, el vino argentino se encuentra acorralado por múltiples flancos. Por un lado, está el descenso en el consumo global de bebidas alcohólicas -que se suma a problemas de competitividad locales-; y por otro la inflación del país, que implica una rémora para el mercado interno.
Las cifras lo dejan claro: el frente exterior pero también el doméstico muestran bajas, y los protagonistas del sector ruegan a Baco que las tendencias no se transformen en fenómenos permanentes.
Las exportaciones y la situación China
Daniel Rada, director del Observatorio Vitivinícola Argentino, confirmó hace algunos días que «a nivel internacional estamos viendo una sustitución de productos. Hay mayor participación de los vinos espumantes y vinos a granel, con una leve caída en las importaciones de vinos fraccionados«.
Dentro de los fraccionados -detalló Rada en diálogo con el programa «Conexión Agro», de Radio Nihuil- los tintos como el Malbec siguen perdiendo espacio frente a los blancos, que continúan en alza. «Sin embargo, que nos mantengamos como exportadores de vino fraccionado habla bien de nuestros vinos, porque otros países están cayendo».
Los análisis sugieren que, ampliando el foco, el vino cede territorio frente a la cerveza y los aperitivos, tanto en volumen de ventas como en facturación. Más que anticipar una crisis inevitable, eso abre espacios para repensar la industria, ya que con vino pueden elaborarse aperitivos como el vermut o algunos destilados.
El contexto de la guerra en Ucrania, paralelamente, introduce una variable inflacionaria que pesa sobre gran parte de los mercados; lo que combinado con la «búsqueda de la vida sana» -que implica una reducción en los consumos de alcohol- no hace más que empujar para abajo.
Sobre ese mar picado, el mercado con mayor potencial probablemente sea China. Diego Guelar, exembajador de Argentina en el gigante asiático, se refirió a «restricciones generales» en el comercio entre ambos países. A ello hay que agregar que proveedores que compiten con los locales, como los chilenos, gozan de un Tratado de Libre Comercio (TLC) que les permite mandar mercaderías con arancel cero.
«Obviamente, nosotros tenemos una restricción regional, que es la competencia chilena, que tiene un acuerdo de libre comercio. Eso obviamente beneficia a nuestros vecinos, con los cuales podemos competir en calidad, pero tenemos el problema del precio. Nosotros nunca pasamos de los 20 millones de dólares al año vendidos a China anualmente. El mercado es muchísimo más grande, porque lo que se envía se vende todo«, dijo Guelar en diálogo con el periodista de Nihuil Pablo Pérez Delgado.
El entrevistado subrayó que el hecho de que algunos impuestos se cobren antes de concretar las compras demora todo el proceso, en un presente que exige agilizar la circulación de mercancías al máximo.
«Tendría que haber diferimiento de impuestos. Que efectivamente el productor vitivinícola que exporta pueda pagar sus impuestos una vez que vendió la mercadería. Estas son cosas que hay que ajustar, obviamente, entre las autoridades nacionales, las provinciales y el bodeguero para generar ese círculo virtuoso logístico, porque hoy la logística es la que es la clave de la comercialización«, marcó.
Y cerró: «Señores, tenemos el mercado. Hay que resolver los problemas de flete, de distribución. Concentrémonos hoy en resolver la logística como clave del comercio exterior».
Por su parte, el vicepresidente de Wines of Argentina, Mauricio Boullaude, retomó la comparación con Chile y aportó: «Cuando Chile tenía los mismos impuestos que nosotros, exportaba casi lo mismo, 20 a 30 millones de dólares al año. Firmaron el TLC y multiplicaron las ventas por 10. Se fueron a 300 millones de dólares«.
Lo anterior no debería interpretarse necesariamente como una apología de los TLC, pero sí como un llamado de atención a la burocratización del sistema de exportaciones, que termina representando un muro para el desarrollo y la tan ansiada llegada de divisas.
El mercado interno continúa en baja
El segundo flanco es el interno. Vinodata es un centro de investigación enfocado en el mercado del vino argentino que sigue la evolución de más de 6.000 etiquetas con ayuda de científicos del Conicet.
En su último estudio publicado, la entidad destacó que en julio de 2023 la variación del precio del vino alcanzó al 9 % en la comparación con el mes anterior. Esta variación fue, por cuarto mes consecutivo, superior a la registrada por el INDEC para el Índice de Precios al Consumidor (IPC).
En criollo: el vino sube más que el resto de los bienes y servicios.
Y si se proyecta el incremento de precios acumulado entre octubre 2022 y julio 2023 (8,7% promedio mensual), el Índice de Precios del Vino registraría un aumento anualizado del 173% para el período octubre de 2022/septiembre de 2023.
Se entiende, pues, que las familias argentinas estén recortando sus compras. Máxime cuando a mitad de año -siempre según Vinodata- una botella «representativa» del vino argentino se vendió en las góndolas locales a unos $1600 pesos, para proyectarse a los $4.600 y los $8.100 en gamas más altas.
Los datos provisorios del Observatorio Vitivinícola Argentino correspondientes a julio dan cuenta de los efectos de todo lo anterior. Como puede verse en el siguiente cuadro, la baja en la comercialización entre julio de 2022 y julio de 2023 fue del 11%.
