Las autoridades venían alertando sobre una disminución de los pronósticos en cuanto al volúmen de cosecha, pero un informe publicado recientemente consolida al 2023 como el peor año desde que se tienen registros.
La vitivinicultura transitó un año decididamente malo. A las cuestiones macroeconómicas que limitaron y condicionaron un normal desarrollo productivo y comercial, se le sumó en datos los que ya se palpaba de antemano: el volumen de cosecha fue pésimo.
Según un informe del Laboratorio Estadístico del Instituto Nacional de Vitivinicultura, en los primeros meses de este año se cosecharon 14.553.117 quintales de uva en todo el país, destinadas a la elaboración de mosto y vino. De esta manera, se ratificó la información que venía sospechando en los datos preliminares.
El número implica no solo una disminución del 24,9% en relación a la cosecha del año pasado -que también había sido baja- sino que se constituye como la más baja desde que se tiene registros, para lamento de los productores.
El presidente saliente del INV, Martín Hinojosa, presentó los datos en el marco del día del Vino argentino como Bebida Nacional y fue el responsable de dar la mala noticia. “Nuestros técnicos y profesionales que recorrieron viñedos en todas las zonas productoras del país ya habían anticipado esta disminución en la estimación de cosecha que presentamos en febrero. Este trabajo del INV permitió a todos los sectores de la vitivinicultura argentina tomar decisiones para moderar un impacto que era inevitable” comentó.
Del total de los más de 14 millones de quintales, un 52% correspondió a uvas tintas, otro 29% a uvas rosadas y el restante 19% a blancas. Todas mostraron -por separado- caídas entre el 22% y el 26% con respecto al 2022.
Como ingresó ese pésimo volumen de uvas a las bodegas, los establecimientos enológicos elaboraron 8.813.048 hectolitros de vino, que representó una caída del 23% con respecto al año anterior, que impactará decididamente en los volúmenes de venta al mercado interno y de exportaciones también para el año próximo.
Por su parte, las uvas que se destinaron al mosto permitieron la elaboración de 1.916.524 de hectolitros, que implica una disminución aún mucho mayor, del orden del 35%. Se trata de unas 57.000 toneladas de mosto concentrado.
De hecho, la producción de uva fue tan mala que también se vieron impactados los productores de pasas y los establecimientos que envasan uvas en fresco. Los secaderos recibieron 232.498 quintales, mientras que los segundos recibieron 40.692 quintales, una tendencia decreciente desde hace varios años.
De esta manera, se consolida el terrible impacto de las heladas tardías y las tormentas de granizo, que arrasaron con los viñedos en las etapas más delicadas de la producción. Considerando este fenómeno, resulta inevitable que la escasa cantidad de uva producida no tenga su impacto en las góndolas.
Crece la incógnita sobre si habrá una fuerte escalada en los precios, influenciada por cambios en las políticas económicas del gobierno nacional, o si se moderarán para mantener los volúmenes de consumo.
En febrero pasado, Hinojosa se refirió a esto al publicar la estimación de cosecha: “La industria vitivinícola es muy competitiva y no puede aumentar indiscriminadamente, porque cae el consumo”. Lo cierto es que no será igual la estrategia para cada segmento del mercado.
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