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La poda en los viñedos de Mendoza: un trabajo mal pago y con falta de mano de obra

Los dueños de las fincas no cubren el personal necesario para el total de sus hectáreas por falta de postulantes. En la actualidad, se abonan $2.500 por 8 horas diarias.

 

Mendoza atraviesa por estos días su época de poda en las fincas, lo que genera un movimiento de obreros que prepara los viñedos para la próxima temporada vendimial. Es un trabajo arduo, pero con un problema: los viñateros o contratistas tienen problemas para encontrar personal que haga esta tarea.

De lunes a viernes de 8.30 a 16.30 y los sábados de 8.30 a 12.30, estos trabajadores, en su mayoría personas de entre 20 y 40 años, se desempeñan atando o podando la viñaPor su labor perciben entre $2.000 y $2.500 diarios, es decir, unos $60.000 al mes, siempre y cuando no falten ningún día. La paga es semanal.

Los valores varían de acuerdo con la finca en que se desempeñen, pero en la mayoría manejan esos números.

«El obrero inicial (el que desempeña los trabajos de poda o el que ata) percibe un salario inicial de $2.500. Esto tiene una relación directa con las hileras que los trabajadores realizan que, en promedio general, son unas 4 o 5 por jornal; obviamente que si el obrero supera ese número, se le paga una diferencia», expresó a El Sol Eduardo Senra, coordinador de la Unión Vitivinícola Argentina.

“Como no terminé mis estudios tengo que trabajar en esto”. “Deseo que mis hijos nunca tengan que trabajar en la viña”. “Es un trabajo sacrificado y muy mal pago”. “La gente no viene porque sabe lo que implica trabajar a la intemperie”. Las frases corresponden a hombres y mujeres que, desde mayo, se encuentran trabajando en una finca ubicada en San Martín.

“La actividad de este año está terminando, incluso, algunas fincas ya concluyeron, pero fue muy complicado conseguir personal. La poda es un trabajo como muchos otros y si bien el sueldo no es lo que realmente debería abonarse, creo que la gente se ha vuelto selectiva. Me costó mucho juntar al personal, así y todo, estoy al 50% de lo que debería tener para cubrir las 600 hectáreas”, comentó Roberto Guerrero, propietario de la finca.

 

La falta de mano de obra es una tendencia que se repite todos los años.

 

La poda en Mendoza

La poda de la vid se realiza cada invierno, después de la caída de las hojas y antes de que vuelvan a salir los nuevos brotes, cuando la planta se encuentra en estado vegetativo y que ha bajado la circulación de la savia.

Por lo general, el periodo de trabajo arranca en mayo y concluye en agosto. Hay excepciones, como en la finca de Guerrero, donde los obreros terminarán la poda los primeros días de septiembre y tiene que ver con la dificultad para encontrar trabajadores.

El proceso alarga la vida de la vid y asegura la cosecha de un año para otro. Permite también adaptar el tamaño de la planta al espacio donde se cultiva para facilitar las tareas del viticultor.

 

Dante es cuadrillero y uno de los responsables de que los obreros realicen bien su labor.

 

“Arranqué en junio y es un trabajo que hago desde hace 5 años, en diferentes fincas, donde paguen más voy”, contó Juan, un joven tímido de 23 años que está en pareja y tiene un niño de 2 años.

“Soy el único sostén de familia, mi esposa cuida al pequeño y tratamos de sobrevivir con lo que gano. La verdad es que nos cuesta mucho porque todos los días los precios cambian, pero nos adaptamos. Al menos, no pasamos necesidades”, expresó el trabajador sin descuidar ni un segundo su labor.

 

Juan tiene 23 años y hace varios años se desempeña en la finca.

 

Marcelo es otro de los jóvenes que hace meses accedió al trabajo. También tiene 23 años, está separado y es padre de una nena de 3 años y de un bebé que viene en camino.

“Este trabajo no es nuevo para mí. A los 14 años arranqué en el oficio y lo hago porque no tengo alternativas en el mercado formal, ya que no terminé mis estudios secundarios. Sin estudio no se progresa y acá me ves”, comentó el joven, mientras se tomaba un descanso para conversar.

 

Marcelo tiene 23 años y desde hace 14 trabaja en la tierra.

 

Carlos es un poco más grande que el resto de sus compañeros, tiene 39 años, está soltero, sin hijos y asegura que accedió a la poda porque su trabajo como Seguridad en boliches ya no funciona. El hombre aún vive con sus padres y si bien anhela su independencia, confesó que con lo que gana se le hace imposible.

“El oficio lo aprendí de mi papá, que es contratista y aún sigue trabajando, pero realmente es un trabajo muy sacrificado. Lamentablemente, si uno no tiene estudios, como mi caso, difícilmente pueda crecer”, comentó.

 

 

Las historias se repiten una y otra vez. En todos los casos hay un denominador común y es la falta de estudios secundarios, de hecho, el 95% de los trabajadores de la finca Guerrero no registra estudios y eso se observa tanto en hombres como en mujeres.

Otro dato significativo es que muchos de los que se encuentran trabajando en la viña lo hacen porque no tienen otras alternativas. “Hace años que espero por un trabajo, presento currículum y nada, por eso, cada vez que arranca el trabajo en la viña, me presento y elijo a quien paga más”, expresó uno de los obreros.

 

 

Sin distinción de género

Rivadavia es uno de los pocos municipios que ofrece cursos gratuitos de capacitación en poda a los ciudadanos. Los cupos son limitados, de hasta 20 personas y se agotan rápidamente. Los participantes reciben tijeras, antiparras y certificado.

De acuerdo con lo reportado por la comuna, «cada vez son más las mujeres que se anotan para poder realizar la capacitación».

“Es más fácil trabajar con mujeres que con hombres, ellas son más prolijas, ordenadas, organizadas y, por lo general, muy responsables a la hora de asumir el empleo, casi nunca faltan”, destacó el dueño de la finca que este año contrató a 12 trabajadoras.

Nancy es una de las tantas mujeres que se desempeña en la viña. Tiene 41 años y arrancó en julio en la finca de los Guerrero luego de cerrar su despensa familiar.

“La situación no daba para más, tener un negocio no es sencillo y con los aumentos de precios me daba vergüenza mirar a la cara a los clientes. Las pérdidas eran más que las ganancias y decidimos cerrarlo”, contó con pesar la mujer, y agregó: “Motivada por mis gemelas de 20 años, Magalí y Milena, decidí trabajar en la viña, algo que hice hace muchos años”.

De este modo, las tres mujeres arrancan sus días a las 8.30 en la finca, levantando con una horqueta cada uno de los sarmientos que los hombres tiran al piso durante la poda. La jornada culmina a las 17 y perciben $2.000 diarios, trabajan de lunes a viernes, jornada extendida; sábados, medio día.

 

“Es un trabajo difícil porque en invierno hace mucho frío y en el verano el sol nos pega muy fuerte, pero prefiero esto a estar en la casa mirando la tele. Tengo mi vida resuelta, dos hijas criadas y hoy es necesario un ingreso más para poder vivir”, manifestó.

Nancy no concluye su día laboral en la finca. Cuando llega su horario de salida parte hacia Santa Rosa, donde está terminando sus estudios secundarios. Sus hijas también tienen una mirada particular del trabajo y aseguran que “vale la pena el esfuerzo porque con ese dinero se están pagando un curso de Seguridad Privada”.

 

Nancy (en el medio) junto a las gemelas Magali y Milena, en pleno trabajo.

Adriana y Yanel tienen 35 y 38 años, respectivamente, y su realidad es otra. Ambas trabajan por necesidad y aseguran que les resulta muy complicada la labor en la viña.

“Es un trabajo realmente muy complejo y la paga es miserable”, contó Yanel. La mujer es madre de dos adolescentes, una de 12 años y otro de 16 años, y su marido no trabaja porque sufrió un accidente y quedó con una discapacidad.

“Soy sostén de familia y cada vez se me hace más difícil llegar a fin de mes. Antes de la pandemia trabajaba en la Ciudad de Mendoza como empleada doméstica, pero perdí mis trabajos y por eso este año me tuve que sumar a los trabajos en la viña, pero no es algo que me guste”, dijo Yanel y agregó que “a la hora de realizar las compras para mi casa me he vuelto muy selectiva. Muchas cosas ya no están en mi heladera”.

Adriana también forma parte del plantel. Tiene 4 hijos, el menor de 6 años y el mayor de 18, y necesitó sumar un nuevo ingreso a su hogar. “Mi esposo es mecánico y realmente no nos alcanza con un solo trabajo, por eso busqué este empleo que me sirve para llevar más plata a la casa”, contó.

Ambas mujeres coinciden en que la situación del país es compleja, por ello, hacen lo imposible para que sus hijos estudien y logren el día de mañana revertir su situación económica. “Yo estoy acá, pero no quiero que ninguno de mis hijos repita mi historia”, comentó Yanel.

 

FUENTE: ELSOL.COM.AR
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