En los valles del centro de Chile, tierra del Carmenere, el Cabernet Sauvignon o el Merlot, los productores de vino cosechan de noche, recurren al estiércol de caballo y rescatan viejas técnicas para enfrentar la falta de agua y los giros del clima.
Después de más de una década de sequía, los viticultores de los valles de Colchagua y Cachapoal, una de las regiones con mayor producción de vino en Chile, a unos 200 km de Santiago, aprendieron a convivir con menos agua.
«Estamos retornando a prácticas que probablemente teníamos antes, pero en una escala mayor y de forma sistemática», dice a la AFP Soledad Meneses, jefa de comunicaciones de viña Conosur, filial de Concha y Toro, el mayor productor de América Latina.
La última vendimia de marzo, al final del verano austral, fue una de las más cálidas que se recuerde en esta zona de clima mediterráneo y valles rodeados de colinas, donde las brisas del Pacífico extienden el período de maduración de las uvas, beneficiando la producción de tintos.
Si las temperaturas siguen en aumento en este país donde en 2022 se cumplieron los 12 años más cálidos, podría cambiar el color, la acidez y el grado de alcohol del vino, que en esta región concentra el 32% de las hectáreas de uvas plantadas en Chile, el cuarto productor mundial de vinos.
Las altas temperaturas ya han obligado a migrar a productores a regiones más frías, como Chiloé, a 1.200 km al sur de la capital, donde la viña Montes plantó su primer viñedo experimental, o la Patagonia, donde ya se producen vinos tras registrarse entre 14 y 32 grados centígrados en verano.
– Agricultura regenerativa –
Las parras del valle de Apalta de la Viña Montes crecen protegidas por una cubierta vegetal que permite disminuir la erosión y compactación del suelo, favoreciendo la proliferación de organismos naturales que combaten las plagas. Con ello, disminuye el uso de fertilizantes y agua.
En invierno este suelo «más esponjoso» retiene más agua, mientras que en verano, cuando la cubierta se seca, «contribuye a que baje la temperatura, disminuya la transpiración y se evapora menos el agua», explica Rodrigo Barría, gerente agrícola de viña Montes, que tiene a China como principal mercado.
Las parras ahora son más bajas (pasaron de 1,20 metros a 80 cm) y crecen entre la maleza de este viñedo, donde se redujo en 15% el consumo de agua. Como resultado, las uvas son más pequeñas pero de mejor calidad.
«A pesar de un año cálido como el que pasó, tuvimos una muy buena fruta», agrega Barría.
– Gansos y ovejas entre parras –
En Peralillo, la viña La Playa usa como fertilizante el compost preparado con estiércol de caballo y de vaca y también con los residuos orgánicos del hotel que funciona allí.
Cientos de ovejas pastorean los campos para mantener a raya la maleza que crece también entre las parras y otros árboles frutales. La técnica permite ahorros en herbicidas y aporta a la calidad del vino.
«Con un suelo que va a estar súper integrado, lleno de materia orgánica, con microorganismos que están activos, la fruta que vas a producir va a ser mejor», dice Pamela Aviléz, gerente de enología de esta viña que destina 1% de las ventas a la rehabilitación del borde costero del balneario de Pichilemu.
Las bombas que riegan las parras de la viña Conosur, en Chimbarongo, también en la región de O’Higgins, se alimentan de una planta fotovoltaica, lo que junto a otras acciones redujo en 38% el uso de energía.
En este viñedo usan gansos para controlar las malezas y se construyeron corredores biológicos con especies nativas que cultivan en su propio invernadero y que ayudan a contener los incendios forestales frecuentes en estos tiempos.
– Arquitectura sustentable –
La apuesta alcanza también a las viñas ultra premium, como Vik, en Millahue, donde se cosecha en la noche y de forma manual. La técnica asegura una mayor calidad de la fruta y un menor consumo de energía, al mantenerse las uvas frías naturalmente en los 10 grados que se registran en esa época.
La viña fabrica sus propias barricas que tuesta con robles de los bosques que la rodean y las ánforas con arcilla recolectada en el mismo lugar. Vik desarrolló también una arquitectura sustentable, con un impresionante techo de agua que enfría naturalmente las barricas y la bodega, lo que se integra a un exclusivo hotel-galería de arte con el que cuenta.
«Es una enología que no existe y trata de que este proceso romántico de hacer vino sea circular: todo sale de la naturaleza y vuelve a la naturaleza», dice Cristián Vallejo, enólogo jefe de Vik, que tiene a Brasil como principal mercado.
FUENTE: LANACION.COM.AR